Educación
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Un fantástico propósito para el comienzo del año podría ser eliminar el síndrome de la familia perfecta, ese sistema de creencias muy arraigado en nuestra sociedad que sucede cuando escondemos cualquier supuesta vulnerabilidad en nombre de la seguridad, la que imaginamos que tendremos cuando alcancemos la perfección. Ya sabéis, casa perfecta, cuerpo perfecto, dientes blancos perfectos y, para complementar el cuadro, hijos e hijas perfectos, es decir, niños y niñas que hablan un excelente inglés a los 8 años, son deportistas de élite a los 13 y licenciados cum laude a los 23.
Autoría: Colegio Sagrado Corazón
23 de diciembre del 2024
5 min de lectura
Este síndrome implica la creencia de que, si hacemos todo lo que supuestamente ‘toca’ (lo que nos dicen los libros, las redes y los expertos para ser padres modelo), todo será coser y cantar, y nuestros hijos serán felices y cumplirán con todas las expectativas marcadas.
Por supuesto, ser unos padres ‘diez’ tiene una gran carga de ansiedad y estrés, y supone miedo al error y sentirse responsable de casi todo. Además, nos hace confundir la exigencia —que comporta obligación— con la excelencia —que conlleva deseo—.
Julia, una niña de 6 años, dijo una vez en terapia algo muy significativo: “Mis padres siempre me dicen lo que necesitaré de mayor, pero nunca me preguntan lo que necesito ahora”. Explicó que hacía danza para moldear su cuerpo, inglés para algún día tener un buen trabajo y ajedrez para ser buena en mates, pero que no le gustaban ninguna de las tres cosas. A la pregunta de qué necesitaba ahora, contestó “llegar a casa y jugar los tres” (es hija única).
Cuando son pequeños, suele ir funcionando, pues ningún niño quiere defraudar a sus padres, así que siguen el programa marcado incluso antes de nacer, con agendas controladas casi al milímetro que no dejan nada al azar, no vaya a ser que su proyecto de hijo o hija ‘diez’ se desvíe un poquito.
Pero cuando crecen, las cosas se empiezan a torcer; algunos sienten que por mucho que hagan nunca será suficiente, otros no soportan la presión y les aterra fallar. Ese fue el caso de Óscar, de 7 años que comentó “la felicidad de mis padres depende de mí”.
Hay quienes disimulan todo el día para sentirse merecedores de ser queridos y también están los “yo-yo, ya-ya” egoístas e impacientes para poder cumplir con todas las expectativas. Pero demasiadas veces llega un punto en que no aguantan la situación y dinamitan el plan ideal ante la mirada atónita de sus atentos progenitores.
Irene hizo unas convivencias con su escuela y su reflexión tras la actividad del ‘Camino de la Vida’ es un fiel reflejo de lo que provoca el síndrome de la familia perfecta: creerse que “tú vas primera y antes que nadie”, que “has de ser siempre la mejor” y que “si por fuera estás impecable, todo está correcto”.
La pequeña Irene sintió que todo era mucho más simple, pues le encantó pasarlo genial con sus compañeros y sentirse a gusto por dentro. Se dio cuenta de que, para ella, eso era suficiente. Su reflexión “He aprendido que lo importante no es ser siempre la primera, sino pasarlo bien y estar bien conmigo misma” es una clara muestra de esta realidad. Tal vez los adultos deberíamos preguntarnos: “ser perfectos, pero ¿para qué?” ¿Acaso no hay suficiente ansiedad en el mundo que necesitamos más en casa?
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